El arte de la supervivencia
Una de las cosas que demuestran que el IV Reich sionista, antes conocido como Israel, se comporta igual que su padre ideológico, el nazismo, es que no solo destroza vidas a través del genocidio sino que también roba el patrimonio cultural cuando no lo puede destruir.
La destrucción de la idea de Palestina como Estado (y todos los payasos del mundo siguen hablando de "dos Estados" como la fórmula de Fierabrás) incluye la desaparición de sitios históricos y culturales, además de archivos, y obras del arte más o menos reciente. Es el caso de los cuadros, que los sionistas roban sistemáticamente, aunque hay quien dice que "es difícil saber si los soldados israelíes saquearon obras de arte de las casas que allanaron, suponiendo que alguno de ellos siquiera valore el arte palestino". Pero si nos ponemos a pensar, cosa que en Occidente no es habitual, vemos que la simple idea sionista de "luchar contra animales", como caracterizan a los palestinos, contradice la idea de confiscar obras de arte creadas por esos "animales". Por eso se ven fotos como estas, de cuadros y lienzos destrozados.
Son obras de artistas como Mohammed Alhaj, Basel El Maquusi, Fayez Elhasani o May Murad. Son solo algunos de quienes han visto, están viendo cómo sus obras son robadas, desgarradas, pisoteadas por esos nazis a quienes Occidente sigue apoyando. El saqueo de todo ello es una supresión de la identidad de un pueblo, en este caso, del arte de un pueblo.
De mucho de lo desaparecido, robado o destruido por el IV Reich sionista, quedan imágenes que hay que recordar y guardar para que se puedan volver a reproducir.
Mohammed Alhaj.May Murad.Fayez Elhasani.Ya hay iniciativas en marcha para que estos cuadros, y otros, se conserven en la memoria. Otra buena noticia es que Shaimaa Eid sigue viva, no ha sido asesinada por el IV Reich sionista con el beneplácito del muy "democrático" Occidente. Y ha escrito esto del asesinato de periodistas por el IV Reich sionista. Enlaza con lo anterior.
"Escribo estas líneas con el corazón pesado por el dolor y el alma presa de un shock del que no puedo escapar.
Hoy me despedí de un grupo de colegas y queridos amigos periodistas que fueron asesinados tras ser atacados directamente por la ocupación israelí mientras se encontraban en su carpa de prensa. Fueron a sangre fría, dejando tras de sí cámaras silenciosas, páginas inconclusas e historias que jamás serán contadas.
En cualquier otro lugar del mundo, un periodista en tiempos de guerra es visto como un testigo, no como un objetivo. Pero en Gaza, el periodista se ha convertido en un objetivo directo. Llevar una cámara aquí es como llevar una marca en la frente que dice: "Mátame".
La pérdida no se limita solo a los compañeros. La vida de las familias se desmoronó en un instante. Los hijos de Anas, Sham y Salah, despertaron hoy con la ausencia de su padre, preguntando por él como si la guerra pudiera traerlo de vuelta.
Zeina, la hija de Mohammed Qreiqa, lo espera cada noche, sin darse cuenta de que su espera se ha vuelto interminable. ¿Qué corazón podría explicarles que su padre fue asesinado no por llevar un rifle, sino por llevar una cámara?
Y aquí debo plantear la dolorosa pregunta: ¿Qué habría pasado si estos periodistas hubieran sido israelíes? ¿Habría permanecido el mundo en silencio como lo ha hecho ante nuestro asesinato? ¿Habría tratado el asunto con tanta indiferencia, como si fuera un simple titular pasajero?
La ocupación no se limita a matar cadáveres; busca asesinar la verdad. Cuando una carpa periodística es atacada ante el mundo, es una clara declaración de que documentar la realidad está prohibido, que el periodismo es un delito y que el testigo debe ser borrado para que el crimen pueda ser registrado.
A pesar de todo esto, podemos derrumbarnos por un momento, pero nos levantamos de nuevo. La pérdida es dura, pero nuestra determinación lo es aún más. Enterramos a nuestros seres queridos por la mañana y, al anochecer, regresamos con nuestras cámaras, escribiendo informes y enviando imágenes. Sabemos que el camino está sembrado de muerte, pero también sabemos que el silencio es otra clase de muerte, una aún más cruel.
¿Hasta cuándo seguirá el mundo ignorando lo que ocurre aquí? ¿Hasta cuándo seguiremos gritando al vacío, contando los nombres de nuestros compañeros caídos mientras contamos los días de esta guerra?
Desde que comenzó el genocidio en Gaza, decenas de periodistas han sido asesinados. Con cada nombre, se nos arrebata una parte de nuestra fuerza, pero en su lugar, encontramos una nueva razón para seguir adelante.
Las despedidas en Gaza ya no son momentos fugaces; se han convertido en un ritual diario que soportamos con amargura. Hoy nos despedimos de un compañero, solo para encontrarnos, días —o incluso horas— después, ante otro ataúd, cargando sobre nuestros hombros su cámara, su voz, su última imagen.
Ya no hay tiempo entre despedidas para un duelo pleno, pues la guerra nos roba la oportunidad de llorar como es debido.
Los funerales se han convertido en una procesión interminable. Los rostros que ayer nos acompañaban tras las cámaras ahora se ven en fotografías colgadas en las paredes. Cada despedida abre una nueva herida y reabre las antiguas. Sin embargo, a pesar de ello, seguimos adelante con su confianza, como diciéndoles: Su partida no nos silenciará.
Hoy les escribo con una promesa solemne: Seguiremos adelante. Llevaremos sus cámaras y sus voces, contaremos sus historias y seguiremos diciéndole al mundo lo que se niega a escuchar. Los cohetes podrán matarnos, pero nunca matarán la verdad que portamos".
Igualitos que los nazis, sólo les falta exponer las obras que han robado impunemente para hacer una "exposición de arte degenerado" como en los años 30.
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