lunes, 23 de noviembre de 2015

En recuerdo de un buen amigo

He estado de viaje tres días, desconectando. En un pueblo montañoso, semi-aislado por la primera nevada de importancia de este otoño en el Estado español (España, para otras latitudes). Cuando he abierto el correo esta tarde me he encontrado con una muy triste noticia: el día 20 murió un buen amigo, un hombre íntegro y honesto. Se llamaba Ernesto Gómez Abascal.



Nos separaban muchos años, pero la relación entre nosotros era absolutamente franca y cordial. Coincidíamos en muchas cosas y discrepábamos en otras, pero era, sin dudas, mi gran maestro en Oriente Próximo y Lejano. De él, y con él, aprendí mucho de lo que os he ido escribiendo en este casi año y medio.

Ernesto Gómez Abascal fue embajador de Cuba en Siria, Irak y Turquía. Si alguien conocía esos países era él. Sobre todo, Siria. Residió en este país árabe más de cinco años como embajador y luego le volvió a visitar con frecuencia. Era un enamorado de Siria. Y un luchador por la libertad de Palestina, sobre la que escribió varios libros. Tal vez éste sea el más exitoso.


Tras retirarse de la carrera diplomática publicaba análisis y artículos en la prensa cubana y en otros medios tanto españoles como árabes, sobre todo, libaneses.

Recuerdo cómo una vez, comiendo, me contó cómo había logrado una entrevista con el secretario general de Hizbulá, Hassán Nasralá, y lo que de importancia se decía en ella. Era un poco antes del verano de 2006. Ese verano, Hizbulá mantuvo una guerra durante 33 días contra el régimen fascista de Israel y el movimiento político-militar libanés salió victorioso, política y militarmente. Era la segunda vez que derrotaba a Israel. En esa comida me regaló un libro escrito sobre su vivencia en Líbano, país que también conocía a la perfección.

Ernesto ponía tal vez un poco de calma en mis análisis que él decía eran algo impulsivos. Algunas veces lo lograba, no muchas, pero cuando lo conseguía sus correos se extendían y era una delicia volver a empaparse de su sabiduría y conocimiento. Y cuando no coincidíamos, los intercambios epistolares siempre eran enriquecedores.

Así que hoy no estoy de humor para escribir de otra cosa que no sea recordar a un gran y buen amigo y para dar un beso a su compañera de tantos años, Regla.

Hasta siempre, maestro.

El Lince

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