Estamos acostumbrados a identificar el 25 de abril con la Revolución de los Claveles en Portugal, pero ese día fue también el de la derrota del fascismo en Italia y el triunfo de la resistencia antifascista. Sus columnas liberaban, una por una, las ciudades. Fueron unos 300.000 los guerrilleros, los partisanos antifascistas, un 70-80% de ellos comunistas. Fueron unas 35.000 las guerrilleras, las partisanas antifascistas, el 90% de ellas comunistas.
De eso ha pasado ya mucho tiempo, 75 años, y no hace falta engañarse. Como recordaba el otro día hablando de Lenin, hay que evitar las ilusiones. El antifascismo hoy es más una cuestión de estética que de política práctica. Cuando se ve a pretendidos "progres" saludando y/o dando la mano a neofascistas se da más fuerza a eso de que vale más una imagen que mil palabras.
Pero el fascismo hoy no es solo el clásico o el nuevo, es también la plutocracia de Bruselas, la troika que demuestra que es la única con poder para eliminar la democracia y todo tipo de derechos sociales como ocurrió en Grecia en 2015 y está pasando ahora con la negociación de la UE sobre cómo abordar la pandemia del coronavirus.
Han pasado muchos años desde el triunfo antifascista en Italia y el antifascismo pervive, claro que sí. Pero es casi marginal allí y en toda Europa. Y si no es marginal, es banalizado como cuando una serie de televisión populariza una canción épica y clásica de la resistencia antifascista como el "Bella, chiao". Nos encontramos ante un reduccionismo estético sin daño para el sistema.
Antifascismo y anticapitalismo fueron, y tienen que ir, de la mano. La extensión del fascismo, su recuperación en Europa (y no solo) se debe a la reacción del capital conta el movimiento obrero y cómo las formaciones "de izquierda", post-moderna dicen algunos, han dejado el campo libre al neofascismo en ese terreno al procuparse solo por la institucionalidad y ser de esta forma homologables para la burguesía.
El capitalismo solo utilizará el fascismo, otra vez, si se ve realmente en peligro y por eso, y por ahora, se limita a expandir el neofascismo. Hoy, y por ahora, tiene otros instrumentos de control que le permite, por ahora, algún margen de maniobra como esos "Pactos de reconstrucción" que se empiezan a propagandizar por diferentes países de Europa. Pero si fallan, no hay ninguna duda de que tiene la otra opción.
Y el antifascismo estético se limita a ver como objetivo a los neofascistas sin tener en cuenta que no son más que el árbol y que detrás de él está el bosque capitalista.
Ser antifascista hoy significa ver el bosque y que en él hay muchos árboles que obstaculizan cualquier proceso emancipatorio con todo tipo de métodos y sistemas, formales e informales, legales e ilegales.
Ser antifascista hoy significa que
aunque el viento silbe,
la tormenta se desate,
los zapatos rotos,
hay que seguir
para conquistar
la primavera roja
donde surge el sol del porvenir.
El Lince
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